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GARGANTUARIO - NUEVO POEMARIO DEL OLVIDO

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    Inicio > Historias > Los zapaticos de rosa

    Los zapaticos de rosa

    Por: José Marti



    Hay sol bueno y mar de espuma,
    y arena fina, y Pilar
    quiere salir a estrenar
    su sombrerito de pluma.

    "¡Vaya la niña divina!"
    dice el padre, y le da un beso
    "Vaya mi pájaro preso
    a buscarme arena fina".

    "Yo voy con mi niña hermosa".
    Le dijo la madre buena:
    "¡No te manches en la arena
    los zapaticos de rosa!".

    Fueron las dos al jardín
    por la calle del laurel,
    la madre cogió un clavel
    y Pilar cogió un jazmín.

    Ella va de todo juego,
    con aro, y balde, y paleta;
    el balde es color violeta;
    el aro es color de fuego.

    Vienen a verlas pasar,
    nadie quiere verlas ir;
    la madre se echa a reír,
    y un viejo se echa a llorar.

    El aire fresco despeina
    a Pilar, que viene y va
    muy oronda: "¡Di, mamá!
    ¿Tú sabes que cosa es reina?".

    Y por si vuelven de noche
    de la orilla de la mar,
    para la madre y Pilar
    manda luego el padre el coche.

    Está la playa muy linda,
    todo el mundo está en la playa;
    lleva espejuelos el aya
    de la francesa Florinda.

    Está Alberto, el militar
    que salió en la procesión
    con tricornio y con bastón,
    echando un bote a la mar.

    ¡Y que mala, Magdalena,
    con tantas cintas y lazos,
    a la muñeca sin brazos
    enterrándola en la arena!

    Conversan allá en las sillas,
    sentadas con los señores,
    las señoras como flores,
    debajo de las sombrillas.

    Pero está, con estos modos
    tan serios, muy triste el mar;
    lo alegre es allá, al doblar,
    en la barranca de todos.

    Dicen que suenan las olas
    mejor allá en la barranca,
    y que la arena es muy blanca
    donde están las niñas solas.

    Pilar corre a su mamá,
    "¡Mamá, yo voy a ser buena;
    déjame ir sola a la arena;
    allá, tú me ves, allá!".

    "¡Esta niña caprichosa!
    no hay tarde que no me enojes;
    anda, pero no te mojes
    los zapaticos de rosa".

    Le llega a los pies la espuma;
    gritan alegres las dos;
    y se va, diciendo adiós,
    la del sombrerito de pluma.

    ¡Se va allá, donde ¡muy lejos!
    las aguas son más salobres,
    donde se sientan los pobres,
    donde se sientan los viejos!

    Se fue la niña a jugar,
    la espuma blanca bajó.
    Y pasó el tiempo, y pasó
    un águila por el mar.

    Y cuando el sol se ponía
    detrás de un monte dorado,
    un sombrerito callado
    por las arenas venía.

    Trabaja mucho, trabaja
    para andar: ¿qué es lo que tiene
    Pilar que anda así, que viene
    con la cabecita baja?

    Bien sabe la madre hermosa
    por qué le cuesta el andar:
    "¿Y los zapatos, Pilar,
    los zapaticos de rosa?".

    "¡Ah, loca! ¿en dónde estarán?
    ¡Di dónde, Pilar!" "Señora",
    dice una mujer que llora:
    "¡están conmigo, aquí están!".

    "Yo tengo una niña enferma
    que llora en el cuarto oscuro
    y la traigo al aire puro
    a ver el sol, y a que duerma."

    "Anoche soñó, soñó
    con el cielo, y oyó un canto.
    Me dio miedo, me dio espanto,
    y la traje, y se durmió."

    "Con sus dos brazos menudos
    estaba como abrazando
    y yo, mirando, mirando
    sus piececitos desnudos."

    "Me llegó al cuerpo la espuma,
    alcé los ojos, y ví
    esta niña frente a mí
    con su sombrerito de pluma."

    "¡Se parece a los retratos
    tu niña!, dijo: ¿Es de cera?
    ¿Quieres jugar? ¡Si quisiera!...
    ¿Y por qué está sin zapatos?"

    "Mira. ¡La mano le abrasa,
    y tiene los pies tan frios!"
    "¡Oh, toma, toma los mios
    yo tengo más en mi casa!".

    "No se bien, señora hermosa,
    lo que sucedió después;
    ¡Le vi a mi hijita en los pies
    los zapaticos de rosa!".

    Se vio sacar los pañuelos
    a una rusa y a una inglesa;
    el aya de la francesa
    se quitó los espejuelos.

    Abrió la madre los brazos,
    se echó Pilar en su pecho,
    y sacó el traje deshecho,
    sin adornos y sin lazos.

    Todo lo quiere saber
    de la enferma la señora:
    ¡No quiere saber que llora
    de pobreza una mujer!

    "Si, Pilar. ¡Dáselo! Y eso,
    ¡también!, ¡tu manta!, ¡tu anillo!"
    Y ella le dio su bolsillo,
    le dio el clavel, le dio un beso.

    Vuelven calladas de noche
    a su casa del jardín;
    y Pilar va en el cojín
    de la derecha del coche.

    Y dice una mariposa
    que vio desde su rosal
    guardados en un cristal
    los zapaticos de rosa.


    2005-02-08 01:00 | 1 Comentarios


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    Comentarios

    1
    De: blanca luz Fecha: 2005-11-24 17:02

    muy bonita poesia



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