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{Gargantuario. Nuevo poemario de los cien gaiteros del delirio}

{ Libro de odas y versos escritos en las paredes de la Taberna del Olvido. }

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GARGANTUARIO - NUEVO POEMARIO DEL OLVIDO

<Febrero 2025
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    Inicio > Historias > El Cuervo

    El Cuervo

    Por: Edgar Allan Poe



    Una vez que promediaba,
    triste noche, yo evocaba,
    fatigado, en viejos libros,
    las leyendas de otra edad.
    Yo cejaba, dormitando,
    cuando allá, con toque blando,
    con un roce incierto, débil,
    a mi puerta oí llamar.
    "A mi puerta un visitante
    murmuré - siento llamar;
    eso es todo, y ¡nada mas!".

    ¡Ah, es fatal que le remembre!
    Fue en un tétrico diciembre;
    rojo espectro enviaba al suelo
    cada brasa del hogar.
    Yo, leyendo, combatía
    mi mortal melancolía
    por la virgen clara y única
    que ya en vano he de nombrar,
    la que se oye "Leonora"
    por los ángeles nombrar,
    ah, por ellos ¡nada más!

    Ya al rumor vago, afelpado,
    del purpúreo cortinado,
    de fantásticos terrores
    sentí el alma rebosar.
    Mas, mi angustia reprimiendo,
    confórteme repitiendo:
    "Es sin duda un visitante
    quien, llamando, busca entrar;
    un tardío visitante
    que a mi cuarto busca entrar:
    eso es todo, y ¡nada más!".

    Vuelto en mi, no mas vacilo;
    y en voz alta, ya tranquilo:
    "Caballero - dije - o dama,
    mi retardo perdonad;
    pero, de hecho, dormitaba,
    y a mi puerta se llamaba
    con tan fino miramiento,
    noble y tímido a la par,
    que aún dudaba si era un golpe".
    Dije; abrí de par en par:
    sombras fuera, y ¡nada más!

    Largo tiempo, ante la sombra,
    duda el anima, y se asombra,
    y medita, y sueña sueños
    que jamás osó un mortal.
    Todo calla, taciturno;
    Pude allí quizás un nombre:
    "Leonora", murmurar,
    y, en retorno, supe el eco:
    "Leonora", murmurar;
    esto solo y ¡nada más!

    A mi cuarto volví luego.
    Mas, el alma toda en fuego,
    sentí un golpe, ya más fuerte,
    batir claro el ventanal.
    "De seguro, de seguro
    - dije - hay algo, allí en lo oscuro,
    que ha tocado a mi persiana.
    Y el enigma aclare ya:
    ¡Corazón, quieto un instante!
    Y el enigma aclare ya:
    es el viento, y ¡nada más!".

    Dejo francos los batientes,
    y batiendo alas crujientes,
    entra un cuervo majestuoso
    de la sacra, antigua edad.
    Ni aún de paso me saluda,
    ni detiénese, ni duda;
    pero a un busto que en lo alto
    de mi puerta fijo está;
    sobre aquel busto de Palas,
    que en mi puerta fijo está,
    va y se posa, y ¡nada más!

    Frente al ave, calva y negra,
    mi triste animo se alegra,
    sonreído ante su porte,
    su decoro y gravedad.
    "¡No eres - dije - algún menguado,
    cuervo antiguo que has dejado
    las riberas de la Noche,
    fantasmal y señorial!
    En plutónicas riberas,
    ¿cual tu nombre señorial?"
    Dijo el Cuervo: "¡Nunca más!".

    Me admiró, por cierto, mucho
    que así hablara el avechucho.
    No era aguda la respuesta,
    ni el sentido muy cabal;
    pero en fin, pensar es llano
    que jamás viviente humano
    vio, por gracia, a bestia o pájaro,
    quieto allá en el cabezal
    de su puerta, sobre un busto
    que adornara el cabezal,
    con tal nombre: Nunca más.

    Pero, inmóvil sobre el busto
    venerable, el Cuervo adusto
    supo solo en esa frase
    su alma oscura derramar.
    Y no dijo más en suma,
    ni movió una sola pluma.
    Y yo, al fin: "Cual muchos otros
    tu también me dejaras.
    Perdí amigos y esperanzas:
    tú también me dejaras.
    Dijo el Cuervo: "¡Nunca más!".

    Conturbado al oír esta
    cabalística respuesta:
    "Aprendió - pensé - las silabas
    que repite sin cesar,
    de algún amo miserable
    que el Desastre inexorable
    persiguió tanto, tanto,
    que, por treno funeral,
    por responso a sus ensueños,
    su estribillo funeral
    era: "¡Nunca más!".

    Y, del Cuervo reverendo,
    mi tristeza aun sonriendo,
    ante puerta y busto y pájaro
    rodé luego mi sitial;
    y, al amor del terciopelo,
    fue enlazando mi desvelo
    mil ficciones, indagando
    que buscaba, inmemorial,
    aquel flaco, torpe, lúgubre,
    rancio cuervo inmemorial
    con su eterno: "¡Nunca más!".

    Mudo ahora esto inquiría;
    mudo ante el, porque sentía
    que hasta lo intimo del pecho
    me abrasaba su mirar;
    esto y más fui meditando,
    reposándome en lo blando
    del cojín violeta oscuro
    que ya nunca oprimirás,
    el cojín junto a mi lámpara
    que ya nunca oprimirás,
    oh Leonora, ¡nunca más!

    Y ensoñé que en el ambiente
    columpiaban dulcemente,
    emisarios invisibles,
    incensario inmaterial.
    Y exclamé: "¡Triste alma mía:
    por tus ángeles te envía
    el Señor, tregua, y nepente
    con que al fin olvidarás!
    ¡Bebe, bebe ese nepente,
    y a Leonora olvidaras!"
    Dijo el Cuervo: "¡Nunca más!".

    "Ya te enviara aquí el Maldito,
    ya, indomable aunque proscrito,
    oh profeta o ave o diablo
    - dije - Espíritu del mal,
    a este páramo embrujado
    y a este hogar de horror colmado
    te empujara la tormenta:
    dime, oh, dime con verdad:
    Dijo el Cuervo: "¡Nunca más!".

    "Por el Cielo Que miramos,
    por el Dios en que adoramos,
    oh profeta, ave o demonio
    - dije - Espíritu del mal:
    di si esta alma dolorida
    podrá nunca, en otra vida,
    abrazar a la áurea virgen
    que aquí en vano he de nombrar.
    ¡La que se oye "Leonora"
    por los ángeles nombrar!"
    Dijo el Cuervo: "¡Nunca más!".

    ¡Partirás, pues has mentido,
    o ave o diablo!" clamé, erguido.
    "¡Ve a la noche plutoniana!
    ¡Goza allí la tempestad!
    ¡Ni una pluma aquí sombría
    me recuerda tu falsía!
    ¡Abandona ya este busto!
    ¡Deja en paz mi soledad!
    ¡Quita el pico de mi pecho!
    ¡Deja a mi alma en soledad!
    Dijo el Cuervo: "¡Nunca más!".

    Y aun el Cuervo, inmóvil, calla:
    quieto se halla, mudo se halla
    en tu busto, ¡oh Palas pálida!
    que en mi puerta fija estas;
    y en sus ojos, torvo abismo,
    suena, suena el Diablo mismo
    y mi lumbre arroja al suelo
    su ancha sombra pertinaz,
    y mi alma, de esa sombra
    que allí tiembla pertinaz,
    no ha de alzarse, ¡¡Nunca más!!


    2004-04-14 01:00 | 1 Comentarios


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    Comentarios

    1
    De: Anónimo Fecha: 2004-10-06 12:29

    cagondios...



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