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Al hombre venidero
Por: Josef Weinheber

¿Puedo hablar de aquel que viene? ¿De qué modo
diré su nombre secreto? ¿Yo, un hombre
entre hombres, achacoso, siempre
junto al abismo, solitario e inerme
ante la confusión del mundo, que negro irrumpe en mí,
como en una casa abandonada un tropel de ladrones?
¿Puede hablar acaso quien tropieza, hablar
quien todavía busca? Y quien se equivoca ¿puede ponerse en el lugar
de Dios y decir: Esto quiero yo?
Sí, con el derecho del prisionero, que llora
por su libertad, conjuro la libertad,
con el llamado de la nostalgia, el sueño, y
con la queja del torturado, el lejano
ordenamiento de la bondad.
Con el derecho del que sufre, oh, el único
derecho que resiste a la noche y en otra
orilla habita, en las aguas de la pureza,
con la divina pretensión del paciente, reclamo
el otoño del tormento, el fruto
viviente y lagar de la amargura, amén.
¿Debemos morirnos de hambre? Y siempre
se le dice al hombre venidero: ¿Hay hambre?
¿Debemos morirnos de frío y estar sin refugio? Y otra vez
el suelo vacila bajo nuestros pies, se parte el techo sobre la cabeza,
y la patria, vista en sueños, ya no está, no,
en los cien nombres con que se la presenta gloriosamente.
¿Debemos morir, siempre
desaparecer y morir? ¿Y nadie
borra de nuestras señas la espantosa inscripción:
"en vano"?
Lo que sufro, lo sufrimos todos. Y por ello
hablo: el que posee el lenguaje
tiene que hablar para todos.
Si peco, entonces todos pecamos. Pero, si con la palabra
acierto, anulo y redimo en consecuencia
la pérdida. Ninguna corona me es necesaria.
Hondamente y en cualquier
pobreza hemos caído; remitidos
a lo último en nosotros: a estar de pie,
a meditar, a afirmar el resto: la pobre
dignidad del hombre.
Ni la necesidad de la falta ni el acaparamiento
del devenir son nuestro peligro:
las potencias son bondadosas
para cualquier homenaje.
Nosotros, sin embargo,
nosotros saltamos por encima del orden,
levantamos de nuevo una estatua, propia de nuestra soberbia, dividimos
en vencidos y vencedores. Pero,
aquél que ya viene, ése se inclinará.
Atroz "Señor de la tierra", ¿quién eres?
Ved, él habla de Dios y aplasta a su prójimo,
así como aplasta la flor, y nada puede
contra la propia invención, contra
toda la maldición de la caída
que lo embriaga y aniquila.
Desvalida su osadía, desvalida
su fuga del horror, espantosa,
empero, su decisión postrera: la fuerza.
¡Que no hable de Dios o de los dioses! Ambos
no están fuera de nosotros. Ay, ¿a quién exaltan
los templos todavía, allí donde las iglesias
no alcanzan a salvar?
Uncido a su ambición, con cánticos y pompa,
a Dios o a los dioses alimenta. Por encima
de sí mismo, los fortifica, pues más
y diferente que la Creación de aquéllos,
toma la propia por divina.
¡Hombre común, a ti te canto!
Entre miseria y esplendor, indignación y sufrimiento,
volverás a ti mismo, imagen de Dios.
Descansando en ti mismo,
descansarán las cosas y te amarán,
y serás dichoso en la fuerza
de lo liberado, y servirás.
¡Ven a nosotros, hombre venidero! Con el derecho del prisionero,
que llora por su libertad, conjuro la libertad,
con el llamado de la nostalgia, el sueño, y
con la queja del torturado, el lejano
ordenamiento de la bondad.
Con el derecho del que sufre, oh, el único
derecho que resiste al poder y en otra
orilla habita, en las aguas de la pureza,
con la divina pretensión del paciente, reclamo
por el término del tormento, el fruto
viviente y lagar de la amargura, amén.
2004-04-01 01:00 | 0 Comentarios
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