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Aurora de Asheville
Por: Antonio Casares
Asheville, mujer desnuda a la hora del alba,
se va desperezando ante los ojos mudos
del soñador absorto -celaje rosa y malva-
que contempla el misterio de los cielos desnudos.
La noche se desangra en brazos de la aurora
que llega como un ángel ungido por la suave
luz del amanecer que en todo se demora.
El viento entre los árboles toca un armonium grave.
En las calles calladas no hay nadie todavía.
La ciudad aparece como una conjetura.
Entre un río de sombras llega la luz del día
impregnándolo todo de infinita dulzura.
Nunca han visto los ojos tanta belleza junta,
siente el alma, al mirarlo, la emoción del paisaje.
Viendo tanta hermosura el alma se pregunta
por qué ha sido en el mundo tan corto nuestro viaje.
Las ramas de los arces tiemblan bajo la brisa,
los rododendros tienen el color de la menta,
el paisaje desnudo se ha puesto la camisa
manchada por la nieve que lavó la tormenta.
Van las nubes huyendo nadie sabe hacia dónde,
en lo alto del cielo arde el sol a fuego lento,
me pregunto por qué, y nadie me responde,
la luna solitaria fulge en el firmamento.
El amor da sentido a aquello que miramos
con los ojos de alma, el amor da sentido
a todo lo que vemos, a todo lo que amamos,
a todo lo que somos, seremos o hemos sido.
Asheville quisiera ahora volverse transparente
a la luz del recuerdo. Su belleza suprema
regresa como un sueño que quiere eternamente
vivir entre las palabras de este poema.
Santander, 2 de febrero de 2004
(De Oro azul de Carolina)
2004-03-07 01:00 | 0 Comentarios
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