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Mi tío Vicente me visita
Rafael Alberti
Eras él, eras tú quien a las doce y ocho de esta noche del 31 de octubre dejando al aire el molde de tu cuerpo encajado en el año ya hundido de tu muerte, eres tú quien respondes a un grito seco de mi sangre y oigo cómo te acercas.
Un pueblo (de 1.100 habitantes)– ¿Quién despierta mis gallos y mis perros en esa misma hora en que la hija del afilador iba a cerrar los ojos para acostarse en duermevela con un hombre de harina? (La molinera enciende una cerilla, quemándose las uñas ¡Caaaarajo! Cae junto a un botón arrancado y perdido de su chaqueta. después, ya no se duerme.)
Oigo cómo te acercas, atravesando días y sucesos no vividos por ti, no conocidos ni de oídas, no llegados jamás en esos retrasados telegramas que recibís los muertos, los que...
Un río (a 80º bajo cero).– ¿Qué pies más fríos que mis aguas hacen oscilar y volver hacia arriba mis lentos peces asfixiados? ¿Quién me anuncia el desahucio de las barcas, el olvido de los calores?
Un alcaraván (con un tiro en el culo, ahogándose).– ¡Cruz, cruz! Pasada la arboleda.
La bruma.– ¡Don Tomás! Y va muerto.
Te acercas, ya estás próximo, y te cambian el nombre; no pueden conocerte. Hay brumas posteriores al instante en que tu cabeza dividida, obedeciendo al mundo parado en tu cabeza, comenzó a crecer sola, ajena ya a tu espíritu, en la enredada oscuridad de los raigones terrestres, junto al precipicio de las minas.
La lluvia de la calle (en los cristales de mi alcoba). –Estoy mojando a alguien que no veo, además de la leña robada hoy en el bosque y abandonada por el hacha en el rincón de un patio.
La bujía de mi mesa (agrandando su luz).– Alguien me comunica su fluido. Su cercanía aumenta mi desvelo. Me apago.
Mi reloj (de esfera luminosa):– Las doce y ocho
Aquí estás. Buenas noches.
¿Por qué en los lavaderos sin nieve el zar de Rusia,
los reyes de Suecia, Noruega y Dinamarca?
Solas se abren las cajas.
Los papeles timbrados,
las letras evadidas
que firman ya en la nada,
la goma se ausenta de los sobres,
la saliva de lenguas ya enterradas:
viejos, malos negocios comidos por las ratas.
Lentas se hunden las cajas.
Y la casa,
se hunde también la casa tuya donde un viento con sabor a vinagre y bibliotecas ya llovidas, filtrado por el suelo y por los muros de tu alcoba, te apagaba siempre la vela, nunca supiste tú que al doblar la página segunda del Nuevo Testamento, la que inocentemente dice:
“En el Portal de Belén
hay un nido de ratones,
y al Patriarca San José
Le han roído los cojones”.
–¡Los calzones, por Dios! ¡Los calzones! Te vas a condenar.
Y un pedo triste te sueña,
largo, por los corredores,
tu pedo culto de entonces.
Sabe inglés, ruso, alemán,
chino, latín, y conoce
los viejos pedos fantasmas
que estudian por los rincones.
–¡Ji, ji, ji, qué agradable! En el cielo, en cambio, no nos dejan. Lo tienen prohibido. Se sufre. pero el Señor es justo, sobrino.
La familia, deshecha.
Quién no es hoy un pequeño propietario de escombros?
El respeto a los vivos y a los muertos,
más allá de la punta del zapato
como una piedra inútil.
Dan ganas de reir tapándose los ojos.
“
Mi tío Vicente” se publicó en 1931 en La Gaceta Literaria de Madrid y fue reproducido por
G. W. Connell en la
Hispanic Review, XXXIII, 1965. Estaba destinado a
Vida de mi sangre, libro que
Alberti nunca terminó.
2003-07-16 07:07 | 0 Comentarios
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